Un calor sofocante que la distribución de asistencia comience. María* se sienta tranquilamente con sus nietos, observando las embarcaciones desde las que se descargan los artículos que serán distribuidos.
“Me siento muy feliz de que la asistencia haya llegado a mi comunidad”, dice esta mujer de 56 años que tuvo que irse de su hogar en Venezuela con su familia de 14 integrantes que incluye a algunos parientes lejanos. “Además de alimentos, recibiremos herramientas agrícolas que nos permitirán cultivar en nuestras propias huertas para poder sobrevivir”.
Pescado y malanga eran los únicos alimentos que María y su familia podían encontrar en su pequeña comunidad en el Delta del Río Orinoco, hogar de los waraos, el segundo mayor grupo indígena de Venezuela. Recuerda que en 2019 el viaje de cuatro días a Guyana en bote junto a su familia no fue para nada fácil.
“Fue muy desagradable; mis hijos tuvieron que remar constantemente, corrimos numerosos riesgos, incluyendo el de tener que dormir juntos en las tres embarcaciones mientras llovía”, cuenta María mientras mira a sus nietos. “Lo hicimos por ellos para intentar conseguirles una mejor vida”.




